Israel, Palestina "Verdades sobre un conflicto"

Sinopsis
El libro realiza un recorrido por el último siglo de historia de Israel que resulta documentado y asequible al lector no especializado. La generación del conflicto en el periodo de entreguerras, la consolidación del sionismo, la Shoa, el nacimiento del Estado de Israel y las guerras que han marcado su devenir histórico, van siendo desgranados con agilidad e inteligibilidad, sin detenerse en análisis excesivamente profundos pero sin dejar de lado ningún hecho relevante. Además, este rápido repaso cuenta con el mérito de señalar algunas de las contradicciones o falsedades más comunes, como es el caso del éxodo voluntario de población árabe en 1948-1949, que como han explicado los llamados nuevos historiadores israelíes fue una expulsión que bien podemos calificar de limpieza étnica. Hasta aquí los méritos del libro.

Como ya hemos señalado, junto a sus indudables aciertos, la obra de Gresh se ve lastrada por sus prejuicios ideológicos que le hacen adoptar un importante sesgo a favor de la lucha de liberación nacional palestina. Su asunción, harto discutible, de que Israel es un fenómeno colonial unida a su postura anticolonial nacida de una ideología nostálgicamente sesentayochista le lleva a mirar hacia otro lado en demasiadas ocasiones. Así, pasa por alto que la guerra de 1948 no fue provocada por Israel, sino por sus vecinos árabes, confiados en la victoria y que no dudaron en despreciar la voluntad expresada por la ONU. Que a Israel eso le fuera bien es algo que sólo podemos afirmar a posteriori pero que, en ningún caso, exime de culpa a sus rivales árabes. Lo cierto es que los árabes nunca han querido optar por el diálogo y siempre se han decantado por la guerra y la ilusión de la expulsión total. Esta incapacidad la atribuye Gresh a la cultura árabe, que no entendería las complejidades de la diplomacia occidental. Resulta curioso que el debelador del colonialismo asuma una posición tan paternalistamente colonialista como la que atribuye a los pueblos colonizados incapacidad para manejarse ante cuestiones complejas. No es ésta su única incoherencia.

Cegado por su credo izquierdista Gresh no acierta a comprender el papel de Arafat (a este respecto vale la pena acudir al testimonio de Shlomo Ben Ami) y su incapacidad para hacer una paz que sería al mismo tiempo su tiro de gracia. La realidad es que ese pueblo idílico y oprimido que nos presenta es el mismo que da su apoyo a Hizbola o a Hamas y que prefiere mirar hacia otro lado cuando los islamistas arrasan campamentos cristianos en el vecino Líbano o presionan para construir una mezquita gigante delante de la basílica de la Anunciación en Nazaret. En el fondo, la postura de Gresh suena, lamentablemente, como un eco de un pasado ya lejano. Él mismo lo reconoce al afirmar que pertenece a una generación, la del 68, que hizo un dogma de la opinión de que ni los orígenes de unos ni la religión de los otros tenían peso en nuestros análisis, nuestras luchas, nuestras certezas. Queríamos formar parte integrante de la humanidad, por encima de los prejuicios. Es lo que nos había seducido del mensaje universal del marxismo: ¡Proletarios del mundo, uníos! . Pues bien, sin entrar a juzgar las intenciones, si algo demuestra el conflicto árabe-israelí es que el origen y la religión sí cuentan, y el empeñarse en ignorarlos constituye un prejuicio tanto más dañino cuanto distorsiona nuestra visión de la realidad y nos hace errar en nuestros juicios